viernes, 30 de agosto de 2019

DE TAL PALO, TAL ASTILLA



- Sufro de disfunción eréctil -se sinceró Adán.
 Eva lo miró con ternura y le dijo: - No te preocupes mi vida, adoptamos! - y luego miró a la serpiente.
La muy perversa, de una manzana podrida hizo nacer a Caín.

LA LOCURA Y EL BOSQUE


La tarde se desliza silenciosa, como una anaconda sobre el pasto.
Mis ojos, taciturnos, elevan su mirada hacia la copa de los árboles mustios de final de otoño y entonces descubren la silueta de la sirena perdida en aquel océano que ahora es selva.
Sólo es la silueta. Ella ya no está en ese continente de sinuosas riveras; se dejó encantar por su propio canto y se perdió en la melancólica espesura de una selva llena de pájaros que antes eran peces. Sus trinos la volvieron loca.

miércoles, 4 de julio de 2018

LAS LLAVES DEL REINO

El ángel caído, había dejado, en su derrotero hacia el exilio definitivo, un agujero en el cielo.  Rápido de reflejos, el ejército celestial buscó remendar tamaño orificio antes de que el expulsado aprovechara esa fragilidad y se colara nuevamente entre las huestes celestiales y las contaminara con su proyecto independentista. Pero tanta fue la premura y hasta el arrebato en la tarea de enmendar que, una vez que habían cerrado y reforzado las paredes dañadas, varios ángeles habían quedado del lado de afuera sin posibilidades de volver a entrar y, como no podía ser de otra manera, el caído los arrastró  hacia sus nuevos aposentos. De inmediato, los puso a trabajar en el refuerzo de sus muros de tal manera que, ninguno de los que allí entrara, pudiera hacer un agujero y subir hacia el cielo. Entonces, los obreros angelicales pensaron que lo mejor sería cumplir la tarea del lado de afuera, de manera que, cuando terminaran pudieran regresar a sus moradas celestes. Pero todo fue en vano, quedaron fuera del averno y fuera del cielo. Estos son los responsables de que vivamos perdiendo las llaves, pues son ellos quienes se las llevan pensando que alguna, entre tantas,  puede ir bien en las cerraduras eternas.

miércoles, 20 de junio de 2018

EL PAYASO SIN NOMBRE

Después de tantísimos años, sin que nadie lo supiera, volvió al pueblo. Ya prácticamente nadie lo reconocía y muchos ni siquiera habían oído hablar de él. Vestido de payaso, harapiento y pintarrajeado, caminaba por las calles del pueblo tocando un tambor gigante con dos platillos que colgaba de su cuello, al tiempo que resoplaba una corneta disfónica. De tales instrumentos salía una música que alborotaba a los niños que, dando brincos, acompañaban su derrotero. De sus enormes bolsillos brotaban palomitas de maíz que ellos recogían del piso y que se convertían en flores cuando las iban a comer. El no hablaba, sólo caminaba a paso estirado donde cada zapato hacía el 50 % de su tranco. Cuando un niño vivaracho le preguntó -¿cómo te llamas? él detuvo su marcha y mirando a todos les dijo: -ando buscando mi nombre que perdí en este pueblo hace muuuchos, muchos años. Toco el tambor y soplo la corneta llamando a mi nombre, tal vez él me reconozca. Por favor –dijo-, mientras lloraba a chorros que mojaba a todos, ayúdenme a encontrar mi nombre.
Los niños echaron a correr como si conocieran el lugar donde se encontraba y, corrían tan rápido, que levantaron vuelo; y en un abrir y cerrar de ojos, se convirtieron en barriletes poblando el cielo de la tarde. 
En las manos trémulas del payaso sin nombre, una multitud de hilos se tensaba ante sus ojos.

La gente, indiferente, pasaba caminando a su lado.

martes, 15 de mayo de 2018

EL SEXTO DÍA

Cuando despertó, se sintió algo mareado y confundido pero se recompuso rápidamente y, entonces, descubrió a una mujer que le sonreía con cierto aire seductor. Ella le estiró la mano y lo ayudó a levantarse. Un ligero tirón a la altura de las costillas lo hizo trastabillar, pero igual terminó irguiéndose. Le pareció que un gesto de debilidad no sería bueno frente a una desconocida.
Sin embargo, ella, muy solícita, lo tomó del brazo y lo invitó a caminar un rato por el jardín hasta que se sintiera del todo bien. El aceptó de buen grado y así, caminando y charlando sobre el tiempo y las probabilidades de lluvia, llegaron hasta el manzano que desbordaba de fruta. Por fortuna, la serpiente todavía estaba ahí

miércoles, 9 de mayo de 2018

VUELO 666

El vuelo cruzaba el triángulo de las Bermudas. Aunque despierto, tenía mis ojos cerrados mientras escuchaba música suave. De repente sentí una fuerte sensación de vacío, como si hubiéramos caído en un pozo de aire. Miré a mi alrededor y todos los pasajeros dormían. El vuelo era tranquilo, entonces pensé que tal vez fuera hambre; consulté con mi reloj  y advertí que faltaba muy poco para que sirvieran la cena. Volví a cerrar los ojos y esperé.
Pasaron unos minutos y me volvió esa misma sensación, pero esta vez fue muy distinto. Frente a mis ojos, parada a espaldas del pasajero de adelante, se recortaba una figura humana, casi espectral. Poco a poco fue ganado nitidez y la pude ver completa, aunque miraba hacia el frente, por lo que no pude ver su rostro. Se movía con dificultad como si quisiera salir del aprieto que le producía el respaldo del asiento y la espalda del pasajero. Cuando pudo liberarse, empezó a caminar por las cabezas de los pasajeros que aún dormían. Se detuvo frente a mí. Yo estaba paralizado por completo, quise gritar, pero no me salía la voz. Su rostro me resultaba borroso, irreconocible y, por último, invisible. Sentí un aire helado recorriendo mi cuerpo. En eso apareció la azafata, caminó unos pasos y se detuvo en el pasajero que estaba sentado frente mío, de donde había salido el espectro que ya se había disipado
- Señor, señor - le habló al pasajero-, se encuentra usted bien?
El hombre no respondío
-Dios mío -dijo- respóndame, por favor! está bien?
De repente se escuchó la voz del comandante: "Señores pasajeros. Se ruega permanecer en sus asientos con los cinturones abrochados. Estamos en una emergencia. Por favor guarden calma. Un espectro tomó el control de la nave.

sábado, 5 de mayo de 2018

ARREBATO

Llueve. La tarde  húmeda y fría, languidece, y la noche, con su mortaja de niebla, se cubre el rostro mientras se agazapa detrás de los tallos añosos de los árboles del parque. Un silencio atronador crispa la piel de los dolientes que esperan, por segundos, la muerte del enfermo. Es inminente -piensan- mientras mascullan letánicas oraciones, desarticuladas y superficiales.
El futuro muerto, se esfuerza por mantener el hilo de aliento que le queda.  Espera la llegada de su madre. Cuando ésta se hizo presente, en el ángulo diedro que forman el techo y las paredes que se alzan frente a sus ojos, estiró los brazos y balbuceó su nombre.
La noche emitió una sonora carcajada que obligó a los presentes a mirar por la ventana. Sólo bastó esa fracción de segundos para que el hombre desapareciera de su lecho.