viernes, 22 de diciembre de 2017

VIERNES POR LA NOCHE

Acaba de sacar el pollo del horno. Un vino destapado el día anterior, ya sin espíritu, sin pena ni gloria, ocupa el centro de la mesa vestida con mantel rosa viejo. Cubiertos para dos, dos copas, dos servilletas, una vela gastada que espera ser encendida, un florero vacío ansiando los pimpollos que llegarán en breve y una extraña mezcla de aromas en el ambiente: Perfume francés de feria, blem en las maderas de los muebles y lisoform 99% en la antesala de la cocina, era la ojiva de una bomba a punto de estallar en aureolas concéntricas. Un suave toque a la puerta, un nervioso acomodar de la falda, blusa y gargantilla; un toquecito al volumen de la música y ahora sí, esos pasos decididos que llevan hacia la puerta que parece rechazar al mundo. Se abre silenciosa, lenta, ceremoniosamente dubitativa, mientras del lado de afuera, sin demasiado apuro, el delivery deja enfriar la pizza a los cuatro quesos.

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